Hace un par de días tuve una larga llamada con papá. No suelen pasar más de dos días o tres sin que alguno de los dos marque el número del otro, siempre hay algo que contar. Durante los casi 40 minutos que estuvimos de palique, charlamos un poco de todo, tocamos algunos de nuestros temas más recurrentes, nos actualizamos en música, me habló de él a mi edad, recordamos a Julio y hubo tiempo también para hacernos preguntas por el mundo de ahora. Yo le decía que veo cosas en muchas personas que me cuesta entender.
No sé si es fruto del momento que nos ha tocado vivir, las circunstancias de cada uno o la vida que hemos (algunos querido, otros podido) elegir, pero siento que hay una ligera brisa de envidia que acaricia el mundo. Es una más, y está entre nosotros. Cualquier novedad es motivo de envidia. “Mal de muchos, consuelo de tontos". Me da la sensación que felicitar o alegrarte por el éxito ajeno no está de moda, el nuevo trend es restarle valor o criticar. ¿El qué? Cualquier cosa, no hacen falta motivos. Que te vaya bien, pero no mejor que a ellos. Spoiler: las desgracias ajenas no se traducen en mayor éxito para ti.
También me hace gracia la última tendencia, para mí la más absurda. Presumir de no tener tiempo. “Tengo mucho trabajo”, ”no doy abasto” y la mejor, que escuché hace unos días: “A mí me gusta que me exploten”. ¿Perdón? Hahahaha. Estoy segura de que pasar 12h delante de un excel te llena de felicidad, claro que sí. ¿En qué momento no tener tiempo para uno se ha convertido en algo de lo que presumir? El tiempo es lo más valioso que tenemos, y lo único que no se puede comprar. Jamás vuelve.
Si de algo me encantaría presumir es de tener todo el tiempo del mundo para disfrutar de lo que más me gusta. Pasar el resto de mis días haciendo lo que me diese la real gana: de concierto en concierto, desayunando sin prisas, leyendo mucho, descubriendo nuevos rincones, viajando sin rumbo, y terminando cada día en un lugar diferente riéndome tranquilamente en una cena con buena compañía mientras chupo la cabeza de una cigala y pido otra de pulpo.
Y ya para quedarme a gusto, hay algo que cada vez detesto más, y es la cobardía. El miedo al qué dirán, a no encajar, a no hacer nada muy diferente al resto. No te mojes mucho, no se vaya a ofender alguien. No des la nota, por favor. Si no te ajustas a ese molde estás fuera. O sigues el rebaño con los demás, o eres raro.
El que va por libre, se llega a preguntar: ¿realmente soy libre o es que estoy perdido? No me gusta seguir ningún molde, nunca me ha gustado. Me aborrecen los calcos. No puedo con el quedabién. Si algo valoro en las personas es la autenticidad, las personas que tienen una única versión, y es la que muestran a todos y cada uno. La naturalidad y sencillez, si es que no hay más. De esto sabe mucho Terrés, “donde hay verdad hay belleza”. Me gusta la gente que hace lo que le apetece en cada momento, que no necesita la aprobación de nadie (¿puede haber cosa más absurda?), que vive sin miedos. Si es que, ¿miedos para qué? Párate a pensar. No hay tanto tanto que perder. La única forma que conozco de perder es perderse a uno mismo. Mi único “no” en la vida. No hay más. Criticar, envidiar o fingir no son otra cosa que perder.
Mientras escribía esto, me di cuenta de que el número de teléfono de papá ha sido el primero que aprendí. Desde muy niña, nueve dígitos completamente interiorizados. En todos estos años, nunca he dudado sobre ello ni me he confundido una sola vez. Vaya adonde vaya, esa serie de números siempre está en mi cabeza. Un mapa de vuelta a casa.
La llamada terminó con un mensaje suyo de orgullo y admiración. “Estás haciendo las cosas bien”, “no quiero que cambies, hija, me gusta cómo eres”. Esas palabras, pronunciadas por alguien que te ha visto dar cada paso, que te conoce bien, y a quien admiras y quieres profundamente, es el mayor premio. No conozco un final más cálido ni más tranquilizador.
Aquí van algunos de mis últimos descubrimientos, que me han acompañado durante estas semanas:
Canción: Según escribía estas líneas mi cabeza iba recordando los versos de Albatros, del nuevo disco (discazo) de Xoel. “O encajas en el molde o te quedas atrás…” Todo un álbum dedicado a la autenticidad.
Libro: Una de mis últimas lecturas ha sido Mirafiori. Un Jabois valiente, abierto en canal. Hacía tiempo que una historia no me calaba tanto.
Serie. Nada. Una serie inteligente, irónica, hecha con mimo. Imposible no encariñarte del bon vivant Manuel: “Las pavadas que tenía para decir las dije en vida”. Una delicia para los sentidos.
Podcast. En el último episodio de Hotel Jorge Juan, Javier Aznar y Gabriela Consuegra charlan sobre Galicia, Woody Allen, y dan suficientes motivos para amar el otoño.
¡Fin! Gracias por leerme 💙