Hace mucho tiempo que no me paso por aquí. He tenido infinitas dudas sobre si escribir esta newsletter. O no encontraba el momento, o pensaba que quizá no se entendería, o me parecía demasiado personal, o yo que sé. La cosa es que, otro domingo más, aquí estoy.
Normalmente cuando escribo lo hago por impulso. La dinámica siempre se repite. De repente, sin buscarlo, una idea se me mete en la cabeza y empiezo a recordar momentos, expresiones, citas, canciones o lo que sea que relaciono con ella. (Qué pena que la inspiración suela llamar a la puerta en los momentos más inoportunos, como una reunión, una consulta médica o una cita). Entonces la anoto corriendo (de lo contrario, con toda probabilidad pasará al olvido), y en cuanto tengo unos minutos libres, siento la necesidad de vomitarlo todo sobre el papel, del tirón, como si me hubiera atragantado con algún trozo y necesitara expulsarlo. Las frases van saliendo solas, una detrás de otra, a un ritmo acompasado que yo no marco.
Con esta newsletter ha sido diferente. Es algo sobre lo que podría empezar a escribir hoy y no acabaría hasta una semana después, un mes, o al cabo de un año. En realidad, ni siquiera sé si esta carta tiene un final como tal. El tiempo no va a cambiar el contenido. La empecé a escribir un domingo (qué nostálgicos nos volvemos los domingos), y hasta hoy se había quedado en el tintero. Como esas prendas que guardamos todavía con etiqueta, y a ratos dudamos entre devolverlas como han venido o sacarlas de paseo. No sabía si sería abrir un melón, ni siquiera si quería abrir ese melón, y si luego tal vez me arrepentiría.
Pero ya puestos, vayamos al grano. Aquí nada de medias tintas. Si me tuviera que describir, usaría las siguientes palabras: despreocupada, soñadora, alegre, vividora, volátil, curiosa, ilusionada, serena y confiada. Siempre he presumido de no tomarme nada demasiado en serio, me parece una pérdida de tiempo ¿de qué sirve? Nunca lo he entendido, mucho menos a los que lo hacen y viven angustiados. Pienso que nada es para tanto, así que prefiero tomarme todo con humor.
Me gusta pensar que estamos de paso, (quizá sea un pensamiento propio de mi edad) que nada es decisivo, que siempre estamos a tiempo de cambiar de rumbo, de volar, que nunca es demasiado tarde. Tengo insaciable curiosidad y ganas infinitas de vivir. Ver, tocar, reír, escuchar, palpar, saborear. Todo me apetece, todo me interesa. Me encantaría comprar horas para aprender más y así dedicar más tiempo a lo que de verdad me emociona. El futuro es incierto. Esa incertidumbre me hace vivir con entusiasmo y fantasear con ilusión soñando con la próxima etapa. Desconozco qué será lo siguiente, ni quiero saberlo. No necesito tenerlo todo bajo control, me siento cómoda en la sorpresa.
Pero en medio de tanta sorpresa, hubo una vez en la vida que me topé con la certeza. Eso sí fue una sorpresa. Pasó hace unos años. No elegí nada, un buen día llegó, sin buscarlo, sin esperarlo, y se instaló. Así sin más, me puso el mundo patas arriba.
Mentiría si dijese que lo tuve claro desde el primer día, para nada, pero sí al tercero o cuarto. Hicieron falta un par de quedadas más, y entonces, pam. No sé si lo describiré bien porque nunca he vivido nada que se asemeje. En cuestión de muy poco tiempo, algo dentro de mí se formó y desde ese día nunca he vuelto a dudar. Ese algo, que nació un buen día de manera completamente natural, me parecía indestructible.
Bueno, la cosa es que, sin comerlo ni beberlo, un día conocí la certeza. Recuerdo el momento en que lo supe. Mis amigas me preguntaban por Whatsapp: “Qué tal por Galicia? Cuéntanos!!! El tiempo y el lugar acompañaban, hacía un sol espléndido, nos habíamos puesto hasta arriba de marisco y me estaba acabando el café de la sobremesa. Lo miré disimuladamente, y pensé que no me importaría nada quedarme así a vivir.
Sé que suena muy rotundo, pero solo me ciño a los hechos. Viéndolo con perspectiva, la verdad, no creo que exagerara. Me reafirmo. No me equivocaba. Me di cuenta que, hasta ese día, nunca había tenido nada igual de claro. Fue fácil, fue genuino, fue divertido y fue natural. Lo difícil hubiera sido lo contrario.
Años después, ya en otra etapa, circunstancias completamente distintas, desayunábamos tranquilamente una mañana de verano I. y yo en una casita de piedra en Galicia, de las que a mí me gustan. Recuerdo que la noche anterior nos habíamos acostado a las tantas, porque era una noche de agosto, y ese es el encanto de las eternas noches de verano, que todo puede pasar. Esa mañana nos despertamos antes de lo que esperábamos porque nos habíamos dejado las ventanas abiertas y los dichosos pájaros no dejaban de cantar. Bajamos a desayunar y tuvimos una larga conversación que todavía recuerdo.
No sé cómo ni por qué, acabamos hablando de aquello, y en medio del desayuno, mientras ella tomaba la última fresa que nos quedaba y me escuchaba con total atención, sin perder ni un mínimo detalle, como solo saben hacer las mejores amigas, le dije con toda la normalidad del mundo: “Siento que da igual el tiempo que pase, las cosas que yo viva, no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. Es algo completamente ajeno y superior a mí. No depende para nada de mí. Yo no lo he elegido”.
Recuerdo la expresión en su cara, una mezcla en sus ojos de ternura, lástima y creo que miedo, y sobre todo su respuesta: “Eso para mí es la definición del amor”. Pasaron los años, y siempre he mantenido que si tuviera que definirlo con una palabra sería certeza.
Normalmente guardo este tema siempre en la recámara, sentado en el banquillo, no me apetece sacarlo a relucir. Pero hace poco, me encontré con esta frase de Terrés y no pude evitar reconocerme en ella.
Todo contigo es certeza. […] Estoy donde quiero estar, con quien quiero estar, te elijo, cada día, hasta el final. Dicen que el amor es lo contrario al miedo, pero yo pienso otra cosa: el amor es la ausencia de duda. Porque sencillamente es.
Y ahora unas gotas de acidez. ¿Qué pasa cuando esa certeza un día se rompe ¿Qué sucede cuando tu castillo de naipes se desmorona? ¿Se puede luchar contra la certeza? Y sobre todo, ¿vale la pena? Es complicadísimo, y probablemente inútil, luchar contra algo que en tu interior no tiene discusión. Tu única certeza. ¿Cómo se puede luchar contracorriente?
Mi cabeza desde ese momento frenó en seco, y pegó un giro. Los cimientos en los que se apoyaba empezaron a temblar y ya nunca los pudo volver a sentir estables. Desde ahí me he hecho muchísimas preguntas. ¿Realmente hay algo en lo que confiar? ¿Podemos estar seguros de algo? ¿Debemos fiarnos de nuestra intuición? ¿Hay que creer? Aprendí que nada está garantizado, ni la mayor de las garantías.
El martes, charlando con G., entre vino y vino soltó una frase que fue el detonante para que retomara esta newsletter que tanta bola se me estaba haciendo. “Sé lo que quiero porque lo he tenido”. Y pensé que tristemente es verdad. Cuando has conocido un 10, un 9 es maravilloso, pero no es suficiente. Nunca lo es. No supe bien qué decir, pero sentí un cosquilleo por dentro, y me prometí acabar esta carta.
No sé si vale la pena luchar contra la certeza, ojalá algún día lo sepa, pero por amargo que sepa, vale la pena haberlo vivido. Y eso es con lo que me quedo.
Os dejo algunas recomendaciones de cosas que me han hecho reír últimamente y vivir con más calma:
Canción: Frío al verte. Hace cosa de un mes, tuve la suerte de escuchar en directo esta canción de Luis Fercán en Galicia, en mi lugar favorito. Otro regalazo (de tantos) de P. A ver quién me la saca de la cabeza ahora.
Libro: Ensayo general. Milena en estado puro. Tiene todo lo que me gusta: sencillez, naturalidad, humor y frivolidad
Podcast: No tengo dudas. Este episodio con Gabriela González en Delirios Corrientes. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien con un podcast. Amor, música y Galicia.
Serie: Desde que Netflix sacó Sexo en NY he desarrollado una verdadera adicción.
Película: Escribiendo estas líneas no pude evitar recordar “Esta clase de certeza solo se presenta una vez en la vida”, un diálogo de Los Puentes de Madison.
Restaurante: Gota, en Salesas. No es nada nuevo, pero una prueba más de que recordamos los lugares por la gente con la que estuvimos y por las cosas que compartimos.
Hasta aquí. ¡Gracias por leerme! Espero no tardar tanto en volver. ¡Abrazo fuerte!
hace poco más de un año tuve -en Galicia :)- una conversación en la que dije una frase similar: "sé lo que es un 10 para mí pq ya lo he tenido, y ahora menos que eso no me parece suficiente" que no se olvide 🤞🏼
wow cris, para releer y reinterpretar muchas veces! 🌟🌟